Lo bien hecho bien parece. Lectura de Rudolf Arnheim.


Sólo hace falta echar un vistazo a la arquitectura antigua para
darse cuenta que no todas las características de los edificios
dependían de su utilidad. La decoración de los edificios,
cuando era bien empleada, era una parte casi tan
importante como la estructura interior.


Rudolf Arnheim fue un pionero en el estudio de la psicología
del arte y la percepción. Se preocupó mucho por mejorar la
 enseñanza artística. Arnheim consideraba que dibujar era
una forma de pensar sin palabras. 





A continuación transcribo un pasaje de un libro del teórico del arte Rudolf Arnheim (Consideraciones sobre la educación artística). En realidad fue un pasaje que leímos con los alumnos de artes, en cuarto, a propósito de un trabajo en el que estábamos inmersos. Pero creo que es un pasaje que también a vosotros, como futuros ingenieros, arquitectos, o cualquier cosa que os depare el destino, os puede enseñar algo. 


"Mucho de lo que aquí se ha dicho tiene que ver con la relación entre las funciones artísticas y no artísticas de los objetos creados por el hombre. Es ésta una relación a la que hay que hacer frente también en las llamadas artes aplicadas, que combinan los fines prácticos con los estéticos. Con demasiada frecuencia, estos dos tipos de función se atienden por separado como si no tuviesen nada que ver entre sí. Un edificio, por ejemplo, debe ser apropiado para albergar y proteger a sus habitantes. El proyecto del arquitecto debe contemplar ambas funciones. Pero el edificio también debería tener un aspecto atractivo, acogedor, digno o cualquier otro adecuado a su naturaleza. Estas propiedades estéticas también imponen exigencias sobre el diseño. No obstante, mientras estas dos funciones se consideren por separado, no hay forma obviamente satisfactoria de combinarlas. En el mejor de los casos, no se interfieren. Más a menudo, esta errónea concepción produce diseños en los que función práctica y ornamentación entran en colisión, compiendo la unidad visual del edificio.
¿Qué solución tiene este problema? Yo creo que un arquitecto o un diseñador en general con una buena formación llega a plantearse la función práctica de un edificio o cualquier otro objeto útil de la misma manera que un pintor piensa en el tema de una pintura. El diseño no debe satisfacer sólo las necesidades prácticas del objeto; debe también representarlas e interpretarlas. Tomemos como ejemplo una silla. Su forma debe ser tal que facilite el asiento. ¿Pero qué tipo de asiento? Quizás el cliente quiera recrearse en un grado máximo de placer físico y exija una silla mullida, flexible y blanda, como una cámara neumática. O qui´zas busque la dignidad de un trono o la rigidez de las sillas rectas y angulares que mantienen el cuerpo en un control muscular activo. La forma de la silla no es, pues, sino una interpretación de lo que se entiende por 'sentarse'. Denota toda una forma de vida, toda una filosofía. Si comparamos en un museo una majestuosa silla rococó con una austera silla Shaker y con la elegante silla Barcelona de Mies van der ROhe, descubriremos que estamos contemplando tres mundos diferentes.
...La práctica de la arquitectura, la cerámica o la joyería seguirá siendo un juego irreflexivo con las formas a menos que se entienda en el contexto del estilo de vida para el que está concebido. Un buen monitor creará una conciencia de este contexto por todos los medios posibles, procurando que el material social, histórico o psicológico al que remite a sus alumnos no sirva sólo para recargar el currículum con más materia de estudio sino que añada un aspecto relacionado funcionalmente con el diseño mismo de la obra.
Una vez que los ojos de los alumnos se hayan abierto al hecho de que la buena forma siempre es transmisora de la expresión significativa, también se pondrá de manifiesto que las funciones expresadas a través de formas y colores van más allá de reflejar una situación histórica o social concreta. Tienen una conexión más ampliamente humana. Después de todo, funciones como recibir, contener y repartir o apoyar y proteger son actividades humanas esenciales, con lo que la forma concreta que el diseñador da a su edificio o a su silla o a su cuenco representa un estilo concreto de enfrentarse a esas funciones humanas. El mundo de los objetos prácticos se revela como un muno de símbolos vitales, que potencian una vida reflexiva.
Esta concepción más amplia favorece también un necesario acercamiento entre las artes aplicadas y las bellas artes. La perniciosa separación de las dos, propia de los últimos siglos de nuestra civilización occidental, ha llevado a la noción de que oficios como la arquitectura no son del todo arte y que la pintura y la escultura tienen el privilegio de que la única finalidad de su existencia sean ellas mismas, es decir, que existan por el mero placer de su presencia. En la práctica de muchas escuelas, esto ha contribuido no sólo a una perjudicial separación en la enseñanza de los dos tipos de actividad, sino también a la creencia de que pintores y escultores son superiores a los ceramistas o los diseñadores de tejidos. De hecho, sospecho que en nuestra época a los pintores y a los escultores les ha resultado más difícil hacer un trabajo sustancial que a sus colegas de los oficios manuales porque no han llegado a darse cuenta de que sus propias concepciones también tienen una función práctica. Intenté señalar antes que las artes, cuando se les da una oportunidad de cumplir la tarea que les es propia, son un medio indispensable para permitirnos afrontar los retos de la experiencia humana. Es ésta una función enteramente práctica de las artes, y a menos que la cumplan, no pueden reclamar el mismo derecho a existir que otras actividades humanas. en otras palabras, a menos que el arte sea arte aplicado, no es en absoluto verdadero arte". 


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